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11 de diciembre de 2025

“NOSOTROS, LOS RIVERO” DE DOLORES MEDIO


Dolores Medio

Nosotros, los Rivero

KRK Ediciones, 2024

717 páginas

Dolores Medio nació en Oviedo el 16 de diciembre de 1911 y, curiosamente, murió el mismo día del año, el 16 de diciembre, en 1996 y en la misma ciudad. Estudió Magisterio y fue maestra en el concejo asturiano de Nava; más tarde se trasladó a Madrid, donde ejerció de periodista y continuó en la enseñanza escolar, hasta que, tras la obtención del Premio Nadal en 1952, con Nosotros, los Rivero, se dedicó por completo a la escritura. Se la considera una de las grandes representantes de la literatura realista social española del siglo XX y, durante su vida, recibió importantes premios. Hay una Fundación Dolores Medio, que ella creó en 1981, dedicada al fomento de la literatura. Regresó a Oviedo en 1988 y vivió allí hasta su fallecimiento. Es autora de numerosas obras, entre ellas, Funcionario público (1956), Diario de una maestra (1961) o Celda común (1996).

Termino de leer su novela Nosotros, los Rivero. En el propio manuscrito, al final del mismo, se indica que la fecha de finalización es 1950. La obra ganó el Premio Nadal en 1952. He escuchado la novela en un audiolibro de la ONCE que adapta una edición de Destino de 1958. Lo primero que me sorprendió es que una novela con la temática que esta trata hubiera ganado un premio en los años cincuenta, en pleno franquismo, aunque supuse que galardones como el Nadal podían estar un poco al margen de la censura. Después me he enterado de que el libro sí tuvo problemas serios con los censores, pues bloquearon su salida en un sello editorial en el que iba a aparecer antes de que la autora lo presentase al galardón. Se alegó que la historia criticaba la desigualdad y las injusticias sociales, y la miseria de la vida en España, así como mostraba conflictos familiares y colectivos poco edificantes desde un punto de vista moral. Dolores Medio tuvo que suavizar y modificar algunos pasajes para que la obra viera la luz, lo que hizo voluntariamente, aunque, en caso de negarse, la prohibición habría continuado. En el período de tiempo que duró el proceso de censura y corrección, desapareció la editorial con la que tenía un acuerdo de publicación, de modo que decidió presentarse al Nadal. Ganar el premio no supuso tampoco que la novela ya modificada se editase sin más; por el contrario, según explica la periodista Ángeles Caso, debió hacer nuevas modificaciones para contentar a la censura. Así, durante bastantes años se leyó (y yo he leído también) una versión recortada y con cambios. Hasta 2017 no se pudo recuperar el texto original, en una edición en Libros de la Letra Azul, en la que, aparte de incluir los pasajes omitidos y conservados en el archivo de la censura franquista, se añaden cartas del expediente sobre el libro y explicaciones sobre lo que se borró y los motivos para ello. Esta edición en Libros de la Letra Azul apareció gracias a la periodista y también escritora Ángeles Caso, que se encargó de recobrar el texto original y de elaborar un prólogo para el nuevo libro. Actualmente no se encuentra ya disponible. Sí ha habido bastantes otras, aunque no puedo asegurar si son íntegras o no. Supongo que la de KRK incluirá el texto original, pero tendría que comprobarlo. Investigaré y caso de descubrir que es así, dejaré una nota al final de la reseña. Yo no había leído nada de esta autora, a la que solo conocía de nombre, y me he enterado del asunto de la censura al hacer la reseña. Por cierto, tal vez la edición en Libros de la Letra Azul se localice en librerías de viejo o webs como Iberlibro.

Más allá de todas estas circunstancias, la novela que he leído, aunque recortada por la censura, me ha gustado bastante. Es entretenida, dinámica, realista, de factura clásica. Cuando estudié Filología Hispánica (terminé a finales de los años ochenta del siglo pasado) autoras como Dolores Medio no estaban suficientemente valoradas ni se las visibilizaba igual que a sus colegas varones. Esta obra no desmerece en absoluto de muchas otras que escribieron ellos en la misma época.

Se trata de una saga familiar, centrada en su protagonista, Magdalena o Lena Rivero, que crece y pasa de ser niña a joven adulta en el período que abarca la narración, aproximadamente de 1924 hasta 1934. Hay un momento posterior, el regreso de Lena, ya convertida en escritora, a su ciudad natal, Oviedo; se puede calcular que este retorno ocurre alrededor de 1950. Por una parte, estamos ante la crónica de ese paso de la niñez a la edad adulta, tantas veces abordado por la literatura. Lena es una niña y después una adolescente simpática y enérgica, bastante lejos del estereotipo femenino. Tiene encanto. Vive con su padre, hasta que este fallece de manera súbita, y con su madre, su tía materna y sus tres hermanos, dos chicas y un chico. A través de la vida de cada cual y de sus relaciones, de su mudanza desde una hermosa casa en el centro de Oviedo a una calle más apartada y a una vivienda más humilde, como consecuencia de la muerte del padre y de graves problemas económicos, no solo veremos la historia familiar, sino también cómo funciona la sociedad burguesa ovetense y seremos espectadores de los momentos convulsos que les toca vivir. Y es que, en este intervalo de tiempo, se proclamará la II República y ocurrirá la Revolución de Octubre en Asturias; con este último acontecimiento termina la trama principal. Hay un protagonismo indudable de la ciudad, Oviedo, de sus habitantes, sus calles, plazas, casonas, universidad, iglesias y catedral, esta última casi omnipresente. He encontrado reminiscencias de La Regenta, de Clarín, precisamente en algunas escenas concretas en la catedral, muy bien creadas por la autora. La originalidad absoluta no existe y lo importante es buscarse buenos modelos para inspirarse en ellos y reescribirlos, algo muy diferente de plagiar sin más. Y Vetusta sigue siendo Vetusta. No obstante, quien conozca Oviedo y la ame por su belleza y armonía, disfrutará mucho con estas páginas.

La temática social tiene gran peso. Sin embargo, al leer la obra sin saber yo que había sido censurada, me dio la impresión de que andaba de puntillas al abordar ciertas cuestiones como, por ejemplo, la Revolución de Octubre. En la Guerra Civil no entra siquiera. Estamos ante una novela de principios de los años cincuenta del siglo pasado, escrita y publicada en España, no en el exilio, de modo que se comprende su moderación, más aún si fue censurada. Se trata de un ejemplo muy claro de cómo funcionaba el franquismo, muy adecuado además para mostrárselo a revisionistas que ignoran o mienten.

El protagonismo femenino también es uno de los elementos más destacables. Y no solo del personaje de Lena. La madre, las tías, las hermanas, las amigas, las vecinas están muy bien creadas. Dolores Medio intenta construir la saga de dos familias, los Rivero y los Quintana, muy diferentes entre sí y, aunque a veces se deja llevar por un entusiasmo un tanto literario, se disfruta mucho de su relato. Como maestra que fue, aboga por la educación de las mujeres, pues su falta de formación las relega a la ignorancia, al matrimonio como única salida o incluso a la miseria. En este sentido, la madre de Lena representa la moral más conservadora. Está imbuida no solo de valores patriarcales, como la preferencia hacia el hijo varón o la negativa a dejar que sus hijas estudien, sino también de una moral burguesa que le impide actuar contra la pobreza en que viven por miedo al qué dirán y por una pasividad y desidia que se basan en un estereotipo de género: las señoras de su clase social no pueden trabajar como si fueran obreras o campesinas, la sola idea la horroriza, a pesar del ostracismo al que la someten sus presuntas amistades justo por su caída en desgracia.

Una novela muy adecuada para personas con interés en literatura española del siglo XX, en obras de temática psicológica, familiar y social, en protagonismo femenino y en conocer a escritoras del siglo pasado que ya desde hace décadas han ido siendo recuperadas, sobre todo por investigadoras.

20 de noviembre de 2025

“HÉROES Y VILLANOS” DE ANGELA CARTER

Héroes y villanos (Heroes and villains) es una novela de Angela Carter, publicada originariamente en 1969 y editada en España por el sello Minotauro en 1989, con traducción de Ana María Valdivieso. En la actualidad esta novela solo puede encontrarse en librerías y webs de libros de segunda mano. No ha vuelto a reeditarse, a diferencia de otras obras de Carter, que han aparecido en la editorial Sexto Piso, como La juguetería mágica, Noches en el circo, La cámara sangrienta y, en un solo volumen, todos los cuentos de la autora británica (Quemar las naves: Cuentos completos).

Se trata de una de las primeras novelas de Carter, aparecida después de Shadow dance, de 1966 (no traducida), La juguetería mágica, de 1967, y Varias percepciones, de 1968. En la contraportada del libro, la sinopsis dice: “En un misterioso escenario de ruinas y bosques, los Profesores son los últimos restos del orden humano. Cosechan, enseñan, leen. Pero más allá de los muros de las aldeas, hay Bárbaros pintarrajeados, vestidos con extraños atuendos, que asaltan y roban. Marianne pertenece al mundo de la civilización y la cordura; Joya, el joven bárbaro, a un mundo de virilidad animal, de salvaje esplendor”.

La sinopsis no es del todo precisa, pero me gusta esa referencia a las ruinas y al bosque, a la virilidad animal y el salvaje esplendor. Estamos ante una distopía posapocalíptica, en un futuro impreciso de la Tierra. Ha habido una catástrofe, muy probablemente nuclear, aunque no se nos habla sobre ella más que por referencias indirectas. La naturaleza ha revivido, no así la civilización humana, que parece reducida a aldeas fortificadas donde habitan los herederos de esa vieja forma de existencia, los Profesores, una suerte de eruditos, y sus familias, dedicados, además de sus lecturas y enseñanzas, a la agricultura y ganadería. Más allá, es cierto, están los bárbaros, nómadas, asilvestrados, que viven del pillaje, de asaltar las aldeas rodeadas de muros y llevarse lo que pueden; los bárbaros se hacinan entre las ruinas o en campamentos, tienen que mudarse con frecuencia, van medio desnudos, usan pinturas de guerra para amedrentar.  Y, más allá todavía, en la más completa marginalidad, se esconden los Parias, de los que se nos explica muy poco, personas que han sufrido mutaciones por la radiactividad, carroñeros que se alimentan de lo que incluso los bárbaros desechan, y muy peligrosos.

Marianne es, en la novela, primero una niña de seis años que ve morir a su hermano, soldado, por el ataque de un joven asaltante bárbaro. Reaparece más tarde con dieciséis años: su madre murió algún tiempo después que su hermano y su padre es asesinado también por su niñera, que ha sufrido un arrebato de locura. Hay otro ataque bárbaro y Marianne ve cómo uno de los asaltantes se esconde en un cobertizo. Decide ayudarlo. Ella ya ha hecho incursiones fuera del recinto de su aldea, movida por la curiosidad. Lleva comida al bárbaro, el cual, aunque herido, logra escapar y la rapta. A partir de ahí empieza una nueva fase de su vida, con esos bárbaros por los que siente a veces fascinación y otras desprecio, rechazo y asco. En ocasiones intenta escapar, pero, al mismo tiempo, algo le impulsa a permanecer entre aquellas gentes. Su secuestrador se llama Joya o Jewel. Tiene una melena larga y espesa, oscura, se pinta la cara y usa muchos collares sobre un pecho delgado pero musculoso, y anillos en todos sus dedos; procura protegerse con amuletos. Jewel es bello y brutal; viola a Marianne y, a la vez, mantiene con ella un vínculo de seducción; su comportamiento es salvaje y muy patriarcal. Como consecuencia de la violación, Marianne y Jewel-Joya tienen que casarse por presión del grupo y ella queda embarazada. Además, la joven descubre que fue Jewel quien mató a su hermano soldado.

Recuerdo haber leído esta novela hace muchos años, en la década de los noventa del siglo pasado, y me sorprendió mucho la ambigüedad que hay en Marianne hacia el joven bárbaro, pues rechaza su violencia y lo detesta por haber matado a su hermano, pero al mismo tiempo se siente atraída por él, sin la menor duda. No comprendía yo cómo una escritora feminista podía tener ese planteamiento y utilizar el motivo del violador y asesino del padre/hermano de la protagonista que finalmente acaba casándose con ella, con el añadido de que ella termina por amarlo (es una tradición que se ha repetido en literatura y en la cultura popular). Añado que hace unos días, hablando de Erzsébet Báthory, la Condesa Sangrienta, un hombre joven me dijo que no entendía cómo yo podía estar tan fascinada por el personaje de una mujer que supuestamente se dedicó a asesinar a centenares de muchachas; y, además, yo prefería que Báthory siguiese siendo mala, muy mala, perversa, sádica, una asesina en serie. El porqué de ese sentimiento mío ya lo explicaré en otro momento. En cuanto a Carter, después de haber leído buena parte de su obra entiendo mucho mejor Héroes y villanos. Y es que, como en otras obras suyas, hay una importante dimensión simbólica. Estamos ante mujeres y hombres, feminismo y empoderamiento de las mujeres frente a violencia y dominación patriarcal, pero también nos encontramos ante un conflicto entre civilización y barbarie, cultura y violencia, lo intelectual y lo corporal, la naturaleza y lo construido. Carter explora la sexualidad femenina en toda su complejidad. Se centra, al igual que en La juguetería mágica o en La cámara sangrienta, en la infancia y, sobre todo, en la pubertad y primera juventud de las mujeres, que es un momento de formación de la identidad de género. La niña libre pasa a convertirse en una mujer encauzada por derroteros convenientes, salvo que opte por una alternativa de liberación. Sin embargo, no queda duda tampoco de que ese mundo bárbaro, primitivo y natural, es atrayente, bello y deseable. Sexualidad, feminidad, masculinidad, poder, violencia, libertad, empoderamiento, cultura, amor y deseo, son elementos que construyen esta narración. Con los años, Carter nos hablará también de mujeres mayores y viejas, por ejemplo, en Niñas sabias.

Esta novela es la única historia de ciencia ficción (distopía posapocalíptica en un planeta que ha retrocedido hacia el pasado) que yo he leído de Carter. Ella suele preferir lo fantástico y lo maravilloso con toques góticos. Resulta difícil clasificar su obra, muy singular, pero se mueve en esos ámbitos, hay realismo y hay elementos sobrenaturales, aparece lo fantástico y también lo maravilloso en su recreación y su versión de los cuentos de hadas y populares, todo ello aderezado con frecuencia con motivos góticos: lo oscuro, lo denso, la violencia y el deseo, los recintos cerrados, las jóvenes perseguidas por malvados brutales; hay también dosis de surrealismo, de extravagancia, de hipérboles, de absurdo, de humor irónico, de parodia.

En cuanto al estilo de la novela, es el característico de la autora británica: denso, concentrado, brillante, con imágenes muy visuales y poderosas, muy medido y trabajado. Hay que estar atentas para no perderse. Carter trabaja con la polisemia y con capas de profundidad, entrar en sus narraciones es tener que profundizar y encontrar muchas lecturas, una debajo de la otra, muchas posibilidades de interpretación.

Esperemos que la novela pueda reeditarse, pero, mientras tanto, dejo esta reseña por si alguien está estudiando las obras de la autora y no consigue encontrar Héroes y villanos para poder leerla directamente.

17 de noviembre de 2025

ACERCA DE ERZSÉBET BÁTHORY, LA CONDESA SANGRIENTA

Escribí esta publicación en 1996. La recupero ahora porque acaba de publicarse un libro sobre Erzsébet Báthory que supone una investigación histórica acerca del personaje (o más bien la persona) para tratar de descubrir lo que hay de verdad y de leyenda o ficción en el mito de la Condesa Sangrienta. Se trata de la obra de Laura Blázquez Cruz, académica de la Universidad de Jaén, titulada La Hungría de Erzsébet Bhátory, la Condesa Sangrienta. En cuanto pueda leeré el libro y haré una reseña.

Como podrá comprobarse, la publicación que rescato y que añado tras estas líneas comenta el mito de la condesa y dos de las principales obras escritas sobre ella, de Valentine Penrose y Alejandra Pizarnik. En 1996, yo me recreaba en ese mito, en la monstruosidad del personaje de Báthory y en la fascinación que pueden producirnos los monstruos, también en la belleza del texto de Pizarnik, que es sobre todo una reflexión estética, bastante lejos de la investigación rigurosa, pues de hecho no lo pretende, sino que se deja llevar por esa fascinación de la que he hablado, el hechizo del mal y de lo monstruoso. La crueldad, la muerte, la sexualidad, el poder, la impunidad son temas que ya explicitó el Marqués de Sade en sus obras. Erzsébet Báthory está muy cerca de lo sadiano, como bien explicita Pizarnik o mostró Pilar Pedraza en su novela La fase del rubí.

 ACERCA DE ERZSÉBET BÁTHORY, LA CONDESA SANGRIENTA

 «...que el viento que yo soplo sea furor y odio absoluto».

Las Furias

Monique Wittig. Borrador para un diccionario de las amantes.

Resulta difícil hablar sobre ella, Erzsébet Báthory, la Condesa Cruel, la noble húngara que en el siglo XVI hizo torturar y asesinar a más de seiscientas muchachas, que se bañaba en la sangre de sus víctimas para conseguir la eterna juventud, para conservar su belleza. La Loba, la Alimaña de Csejthe.

Hay dos libros fundamentales sobre Erzsébet. Los dos llevan el mismo título: La Condesa Sangrienta. Uno lo escribió la francesa Valentine Penrose. Otro, Alejandra Pizarnik, argentina. Las dos eran poetas. Ninguna escribe una biografía al uso. Sus libros son más bien divagaciones: lírica, caótica, esotérica, la de Penrose; más concisa, intensa y hermosa la de Pizarnik.

Erzsébet Báthory nació en 1560, en Hungría, «el país más salvaje de la Europa feudal», escribe Penrose; entonces, como tantas otras veces, una tierra dividida: los turcos ocupaban el este y el centro; el resto se encontraba bajo el poder de los Habsburgo. Mientras, en Inglaterra reinaba Isabel I; Felipe II, en España; en Rusia, Iván el Terrible; la Reforma de Lutero estremecía Europa.

Ella perteneció a una familia muy noble, uno de esos linajes ilustres y antiguos que tanto gustaban a Poe. «Los Báthory eran crueles, temerarios y lujuriosos», escribe Pizarnik. Abundaban los locos, quizás a causa de los matrimonios consanguíneos. Los locos y los valientes. De ahí el poder y la fama de su apellido. A los quince años, Erzsébet se casó con un guerrero, el conde Ferencz Nádasdy. Tuvieron varios hijos. Pero en 1604 Nádasdy muere. A partir de ese momento comienzan los crímenes de su esposa.

Se habla de 610, 620, 650 víctimas. Se habla de la adhesión de la condesa a la magia negra para librarse de cualquier posible amenaza o daño, para mantenerse joven y hermosa. Fue una de las brujas que tenía a su servicio quien la inició en el crimen, quien le enseñó su significado, su finalidad.

Dicen que era lesbiana. Que tal vez no lo sabía o lo consideraba uno de sus derechos de noble. Lo cierto es que sólo mató a mujeres, y que una de sus aficiones consistía en obligar a las jóvenes que servían en su castillo a trabajar desnudas mientras ella las miraba.

También dicen —Penrose y Pizarnik— que Erzsébet era muy guapa y vanidosa. Como la madrastra de Blancanieves, pasaba largas horas ante un espejo que ella misma había diseñado. Quizás le preguntaba por su belleza, o buscaba en la imagen del cristal algún indicio de su alma. Seguramente no la encontró nunca. Para mantener su juventud y su hermosura, utilizaba la magia negra y tomaba baños con la sangre de bellas muchachas, preferiblemente vírgenes. Ansiaba esa sangre con la misma sed que un vampiro.

Padeció el gran mal del siglo XVI: la melancolía. Siempre se aburrió de forma tremenda, asegura Penrose.

«Un color invariable rige al melancólico: su interior es un espacio de color de luto; nada pasa allí, nadie pasa», ahora escribe Pizarnik. «Es una escena sin decorados donde el yo inerte es asistido por el yo que sufre por esa inercia. Este quisiera liberar al prisionero, pero cualquier tentativa fracasa... Pero hay remedios fugitivos: los placeres sexuales, por ejemplo, por un breve tiempo pueden borrar la silenciosa galería de ecos y de espejos que es el alma melancólica. Y más aún: hasta puede iluminar ese recinto enlutado y transformarlo en una suerte de cajita de música con figuras de vivos y alegres colores que danzan y cantan deliciosamente. La cajita de música no es un medio de comparación gratuito. Creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto. Pero por un instante —sea por una música salvaje, o alguna droga, o el acto sexual en su máxima violencia— el ritmo lentísimo del melancólico no sólo llega a acordarse con el del mundo externo, sino que lo sobrepasa con una desmesura indeciblemente dichosa; y el yo vibra animado por energías delirantes».

Es inevitable preguntarse qué sentía en realidad Erzsébet Báthory mientras se hartaba de sangre y de muerte en la sala de torturas de su castillo de Csejthe. Ni Penrose ni Pizarnik lo saben. Saben que no sabía lo que era el remordimiento. Atisban su soledad absoluta, lo terrible de su apatía incluso cuando contemplaba matar y morir. También resulta imposible no recordar a Sade, no definirla como sádica, ya que buscaba el placer provocado por el sufrimiento ajeno, el éxtasis en el crimen.

Dice Pizarnik: «el desfallecimiento sexual nos obliga a gestos y expresiones del morir (jadeos y estertores como de agonía; lamentos y quejidos arrancados por el paroxismo). Si el acto sexual implica una suerte de muerte, Erzsébet Báthory necesitaba de la muerte visible, elemental, grosera, para poder, a su vez, morir de esa muerte figurada que viene a ser el orgasmo». Al igual que un sádico, necesitaba saberse poderosa: igual que «la Muerte, esa Dama que asola y agosta cómo y dónde quiere», dueña de la vida y del dolor de otros.

¿Cómo no atreverse a conjeturar que todo esto se debía a que era incapaz de sentir realmente? Incapaz para el amor, desde luego. Incapaz de soñar. «No era una soñadora», escribe Valentine Penrose. «Una personalidad de este tipo se esconde siempre tras un caparazón de preocupaciones de orden práctico: tras la espesura de las futilidades, de las vanidades, de las riñas domésticas, de las complicaciones familiares, ahí es donde se ensancha, en lo más hondo, el gran lago cruel».

 Ni siquiera le era posible saciar su sed de sangre, a diferencia de un vampiro. Una vez y otra, después de la crueldad, el frenesí, los gritos de loba al contemplar el dolor, la agonía, la muerte de sus presas, retornaba la quietud, el silencio, las horas lentas, el hastío. Y es que, a diferencia de un vampiro, el sádico repite sus crímenes no por hambre, sino porque ninguno de ellos consigue su objetivo: hacer duradero, auténtico, verdaderamente suyo, el goce. El placer se escapa de nuevo, y la criminal se queda inerte, hueca.

Me hago otra pregunta: ¿cómo puede fascinar un personaje como Erzsébet Báthory, si no a Valentine Penrose, sí desde luego a Alejandra Pizarnik? Y a Pilar Pedraza, que tuvo en cuenta a Báthory para crear una novela inolvidable, La fase del rubí y su protagonista Imperatrice. Pizarnik comienza su obra con una cita de Sartre: «El criminal no hace la belleza; él mismo es la auténtica belleza». Y continúa, refiriéndose a la biografía escrita por Penrose, en la que ella se basa para escribir a su vez sobre Erzsébet: «La perversión sexual y la demencia de la condesa Báthory son tan evidentes que Valentine Penrose se desentiende de ellas para concentrarse exclusivamente en la belleza convulsiva del personaje. No es fácil mostrar esta suerte de belleza. Valentine Penrose, sin embargo, lo ha logrado, pues juega admirablemente con los valores estéticos de esta tenebrosa historia». Palabras que podría aplicarse a sí misma la poeta argentina. Después, en capítulos escuetos, Pizarnik nos describe minuciosamente los placeres de aquella dama sombría (o más bien horriblemente tenebrosa, como la califica Penrose).

 Instrumentos, modos de tortura: la Virgen de hierro. «Había en Nuremberg un famoso autómata llamado “la Virgen de hierro”. La condesa Báthory adquirió una réplica para la sala de torturas de su castillo de Csejthe. Esta dama metálica era del tamaño y del color de la criatura humana. Desnuda, maquillada, enjoyada, con rubios cabellos que llegaban al suelo, un mecanismo permitía que sus labios se abrieran en una sonrisa, que los ojos se movieran. La condesa, sentada en su trono, contempla. Para que la “Virgen” entre en acción, es preciso tocar algunas piedras preciosas de su collar. Responde inmediatamente con horribles sonidos mecánicos y muy lentamente alza los blancos brazos para que se cierren en perfecto abrazo sobre lo que está más cerca de ella —en este caso una muchacha. La autómata la abraza y ya nadie podrá desanudar el cuerpo vivo del cuerpo de hierro, ambos iguales en belleza. De pronto, los senos maquillados de la dama de hierro se abren y aparecen cinco puñales que atraviesan a su viviente compañera de largos cabellos sueltos como los suyos».

Torturas clásicas: «Se escogían varias muchachas altas, bellas y resistentes—su edad oscilaba entre los 12 y los 18 años— y se las arrastraba a la sala de torturas en donde esperaba, vestida de blanco en su trono, la condesa. Una vez maniatadas, las sirvientas las flagelaban hasta que la piel del cuerpo se desgarraba y las muchachas se transformaban en llagas tumefactas: les aplicaban los atizadores enrojecidos al fuego; les cortaban los dedos con tijeras o cizallas; les practicaban incisiones con navajas. La sangre manaba como un géiser y el vestido blanco de la dama nocturna se volvía rojo. Y tanto, que debía ir a su aposento y cambiarlo por otro (¿en qué pensaría durante esa breve interrupción?) También los muros y el techo se teñían de rojo. No siempre la dama permanecía ociosa en tanto los demás se afanaban y trabajaban en torno a ella. A veces colaboraba, y entonces, con gran ímpetu, arrancaba la carne –en los lugares más sensibles- mediante pequeñas pinzas de plata, hundía agujas, cortaba la piel de entre los dedos, aplicaba a las plantas de los pies cucharas y planchas enrojecidas al fuego, fustigaba... En fin, cuando se enfermaba las hacía traer a su lecho y las mordía... Durante sus crisis eróticas, escapaban de sus labios palabras procaces destinadas a las supliciadas. Imprecaciones soeces y gritos de loba eran sus formas expresivas mientras recorría, enardecida, el tenebroso recinto. Pero nada era más espantoso que su risa. (Resumo: el castillo medieval; la sala de torturas; las tiernas muchachas; las viejas y horrendas sirvientas; la hermosa alucinada riendo desde su maldito éxtasis provocado por el sufrimiento ajeno.)»

«Cuando los castigos eran ejecutados en el aposento de Erzsébet, se hacía necesario, por la noche, esparcir grandes cantidades de cenizas en derredor del lecho para que la noble dama atravesara sin dificultad las vastas charcas de sangre».

 ¿Estamos, leyendo este librito de Pizarnik, tal vez ni siquiera un relato, más bien un texto inclasificable, ante un simple juego intelectual, literario, un intento de emular a los poetas malditos, su estética del mal, sus provocaciones? ¿O es que la sensibilidad de Pizarnik, sin duda extremada hasta lo enfermizo, le permitía vislumbrar cuán imprecisa es la frontera entre el placer y el dolor, el goce refinado y la tortura, y sobre todo, adivinar ese gran lago cruel que puede ocultarse incluso en las vísceras de aquellos a quienes repugna Erzsébet Báthory? Laberintos subterráneos, cámaras secretas, puertas condenadas. Así era Csejthe, el castillo de los Cárpatos donde vivió, donde habrá de morir la condesa. En los sueños nocturnos, el castillo acostumbra a ser una metáfora de nosotros mismos.

La historia de Erzsébet Báthory acaba así:

«Durante seis años la condesa asesinó impunemente. En el transcurso de esos años, no habían cesado de correr los más tristes rumores a su respecto. Pero el nombre Báthory, no sólo ilustre sino activamente protegido por los Habsburgo, atemorizaba a los probables denunciadores. Hacia 1610, el rey tenía los más siniestros informes —acompañados de pruebas— acerca de la condesa. Después de largas vacilaciones decidió tomar severas medidas. Encargó al poderoso palatino Thurzó que indagara los luctuosos hechos de Csejthe y castigase a la culpable». (Pizarnik). Un dato importante: Báthory torturó y asesinó también algunas jóvenes de la nobleza y no solo a campesinas, impulsada, parece, por la escasez de estas y porque los aldeanos, que ya iban conociendo la terrible realidad, se negaban a enviar a sus jóvenes al castillo. Esa fue la perdición de la condesa, pues como aristócrata tenía derecho de vida y de muerte sobre sus súbditos y nadie la podía acusar por ello, una total impunidad, pero no ocurría lo mismo si escogía como víctimas a muchachas de alta alcurnia.

Thurzó era pariente político de la condesa. Parece ser que era asimismo un hombre justo y honrado. En compañía de sus hombres, llegó a Csejthe sin anunciarse. La noche anterior había tenido lugar una nueva ceremonia sangrienta. Erzsébet, sabedora del peligro que se avecinaba, se había mostrado más salvaje, más frenética que nunca. Sus cómplices quedaron tan agotados ese día que no limpiaron la sala de torturas, como era costumbre hacer. Thurzó bajó a los subterráneos, vio los muros salpicados de sangre, el cadáver de una joven desnuda, otras dos que agonizaban en un rincón; vio la Virgen de hierro, y en una de las celdas a un grupo de muchachas que aguardaban su turno para morir y que le dijeron que después de muchos días de ayuno les habían servido una cierta carne asada que había pertenecido a los hermosos cuerpos de sus compañeras muertas. Trastornado, Thurzó buscó a Erzsébet para acusarla. Cuando la encontró, ella no negó nada; proclamó, por el contrario, que todo entraba en sus derechos de mujer noble y de alto rango.

Se inició un proceso, pero no contra Erzsébet sino contra sus cómplices: las criadas viejas y horribles. Fueron quemadas en la hoguera. A Erzsébet se la condenó a prisión perpetua en su castillo. No se atrevieron a ejecutarla. Ese castigo hubiera podido ser un mal ejemplo para el pueblo, un peligro para otros nobles.

La emparedaron en su habitación. Se muraron las puertas y ventanas del aposento. En una pared se hizo un agujero para poder pasarle la comida.

«Así vivió más de tres años», termina Pizarnik, «casi muerta de frío y de hambre. Nunca demostró arrepentimiento. Nunca comprendió por qué la condenaron. El 21 de agosto de 1614, un cronista de la época escribía: “Murió hacia el anochecer, abandonada de todos”».

El final que nos ofrece la autora argentina me parece sublime:

«Ella no sintió miedo, no tembló nunca. Entonces, ninguna compasión ni emoción ni admiración por ella. Solo un quedarse en suspenso en el exceso de horror, una fascinación por ese vestido blanco que se vuelve rojo, por la idea de un absoluto desgarramiento, por la evocación de un silencio constelado de gritos en donde todo es la imagen de una belleza inaceptable».

«Como Sade en sus escritos, como Gilles de Rais en sus crímenes, la condesa Báthory alcanzó, más allá de todo límite, el último fondo del desenfreno. Ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible».

Lola Robles, 1996

 

Referencias bibliográficas:

PENROSE, Valentine, La Condesa Sangrienta. Editorial Siruela.

PIZARNIK, Alejandra, La Condesa Sangrienta. Editorial Libros del Zorro Rojo.

PEDRAZA, Pilar, La fase del rubí. Editorial Valdemar.